Le gustaba subir las escaleras porque se sentía segura. Bueno, lo que le suponía más esfuerzo era acordarse dónde pisar para no hacer crujir esos viejos escalones de cedro ahumado que su abuelo había instalada hace ya varias centurias. Pisó el primer escalón con paso firme y no oyó nada. Con esa seguridad propia de un inexperto que piensa que si le sale bien a la primera ya puede enfrentar todo, subió el segundo y el tercero. Pero en el último escalón ocurrió lo inevitable; tropezó y se dio de bruces con el suelo del descansillo. Se había delatado, y…

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